Tres episodios en Kumuna


Las instituciones, como los hombres, tienen sus “historias”. Historias ciertamente protagonizadas por éstos, pero que han quedado plasmadas en la savia misma de las venas de aquellas y que en cierta forma las hacen, también, lo que son. Pues no son meras conjunciones de normas y sujetos las organizaciones. Y Sartañani que no es ajeno a estas consideraciones, tiene infinidad de estos pequeños párrafos de vida que son, en parte, su vida misma. ¡He aquí algunos de ellos.!


El primero...
Llegando a Kumuna después de varias horas de caminata, en la penumbra ya total de la noche, tiritando por el frío extremo y, no hace falta decir, cansados; apenas fueran apercibidos por las autoridades del lugar, invitados a pasar a la casa de estos, los “sartacos” fueron acometidos por la anfitriona a servirse chichita. “Han de estar cansados”, exclamó la Mama T’alla afablemente, “sírvanse pues estito”. En aquél recinto levemente iluminado por el destello de una vela, cansados por el trayecto y ya somnolientos, pocos de los visitantes tenían intención de servirse lo ofrecido. Mas sabedores de que no es siempre bueno rechazar un ofrecimiento, alguno de ellos empezó a servirse la chicha, exclamando tutuma en mano: “¡Jallalla tatas, mamas!”, “¡Jallalla!”, iniciando aquél episodio que hízose repetitivo y en el que, extrañados por el sabor de la bebida, no pocos la cuestionaran recibiendo la invariable respuesta: “¿Cómo pues vas a querer rechazar? Así siempre es la chichita de comunidad”.

No ha de ser que cuando ya se terminara aquél aperitivo y el grupo permaneciera expectante, ingresa la Mama T’alla recriminando a los presentes:
–Cómo pues me van a rechazar así, sírvanse pues, con cariño les estoy ofreciendo.
Actitud ante la que los visitantes quedando contrariados respondieron:
–Pero mama, ya nos hemos servido..., ya hemos secado el valde”.
–¿Cuál valde? –respondió la mama– Yo les he traído cantarito.
Acercando una vela a aquél recipiente del que nada gustosos habían estado bebiendo nuestros “sartacos”, con la tenue luz que de aquella candela se desprendía, los hospedados descubrieron que lo que habían estado ingiriendo no era precisamente la bebida de maíz incaica sino el agua en el que se había remojado el chuño para los platos del día.

El segundo...
No terminaron ahí empero los episodios aquella ocasión. Superado, aunque con mal sabor, el episodio de la chicha, cansados, como tenemos dicho, deciden los “sartacos” retirarse a descansar. Dirigidos por la Mama T’alla fueron conducidos a un ambiente en el que, presurosos, se pusieron a preparar su morada. Payasas, frazadas, slipings, fueron a parar al suelo para proceder con el ansiado descanso. Como habrá sido aquella ansiedad que nadie lo había notado hasta entonces, cuando uno de aquellos hubo de recostarse se encontró con un estrellado paisaje por techo de aquella habitación. ¡Les habían llevado a una lak’aya.!

El tercero...
Al día siguiente, algo circunspectos, los tatas fueron a hablar con las autoridades, a solicitarles puedan dotar a las mamas de una habitación con techo pues, como señalaron: –“Nosotros todavía podemos aguantar, somos varones, pero las mamas no”. Solicitud que fue acogida con diligencia y aceptada. Llegada la noche, el grupo fue dividido y mamas y tatas hubieron de pernoctar por separado. Amanecido que fue el día, con el habitual jolgorio que se da entre los muchachos en ocasiones como estas, bajaban los tatas de su lak’aya y, de súbito, una explosión de carcajadas se oyó entre ellos. Cubiertos de paja y de plumas, las mamas salían de su morada todo acongojadas. ¡Su habitación con techo había sido un gallinero!

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